Siempre voy a recordar con cariño esta cabañita en Alaska. Pasamos aquí un verano y fue el verano en el que por fin terminé el libro e hice todo el proceso de publicación con la editorial. Gracias a los vecinos supe que en esta cabaña vivía un chico que murió en el río, asumen que murió porque encontraron sus cosas y a su perro en la orilla pero nunca encontraron el cuerpo. Días después de enterarme, en un momento en el que no había nadie más en la casa (ni cerca porque es en la montaña), abrí la puerta para dejar salir a Fedra y sentí un olor corporal muy fuerte muy cerca de mí, inmediatamente asumí que era él, que posiblemente estaba dando vueltas por la que fue su casa. No sentí miedo porque no se sintió como una presencia invasiva, de hecho ni siquiera fue dentro de la casa sino afuera en la entrada.
De niña siempre tuve miedo a los espiritus, cada vez que moría un familiar temía que ´viniera a visitarme´porque oía a mi mamá hablar de las ánimas y de como asustaban a las personas en los sueños. Tenía miedo incluso de la virgen porque alguien vino al colegio con una grabación de la voz de la virgen y dijo que a las niñas buenas ella las cobijaba en su manto y se las llevaba… Esto dio para citas al sicólogo tratando de conseguir que yo durmiera sola en mi cuarto porque me daba terror que me llevara la virgen siendo que, por supuesto, yo era una niña buena.
Ahora estoy entendiendo que los espíritus siempre estuvieron ahí, que la muerte siempre trae movimiento de espíritus y que casi todas las personas cuyas muertes han sido impactantes para mí, por el motivo que sea, de alguna manera me visitaron. Por suerte no como yo pensaba de niña que sería, al estilo de Charles Dickens como fantasmas a media noche (acabo de notar que de hecho este fue el primer libro que leí de niña… ahora todo tiene más sentido), sino de otras formas menos directas, a través de los sueños, de olores, de sensaciones, recuerdos y a veces incluso a través de comportamientos en respuesta a dolores o asuntos sin resolver que se sienten propios pero que no lo son.
Estoy aprendiendo a darles la bienvenida sin invitarlos a quedarse, dejarlos venir, darles un abrazo de despedida y dejarlos irse, como debemos hacer con las ideas que nos ocupan la cabeza pero que no nos hacen bien.